Relaciones que dejamos de cuidar
Un día fuisteis buen@s amig@s, cómplices conocid@s o personas que se aportaban algo positivo, sin más. De repente, un cambio de rutinas empezó a difuminar la relación. Hoy sabes –intuyes- cómo le va la vida, porque ves alguna foto o ‘noticia’ que cuelga en redes sociales. Si lo piensas, te encantaría sentarte a tomarte un café con esa persona pero, cuando te lo planteas, te dices que ha pasado demasiado tiempo, que ya no tiene sentido o que hay demasiado de lo que ponerse al día. ¿Te suena? Son las personas que dejamos por el camino, a las que dejamos aparte de nuestras vidas sin un motivo y, lo peor, sin haber dado por finalizado su paso por ellas. Son las relaciones que dejamos de cuidar.
Es especialmente llamativo en el caso de l@s compañer@s de trabajo que se llevan especialmente bien y que, además de compartir ocho o nueve horas en la empresa cada día, luego siempre encontraban uno o dos huecos a la semana para aportarse algo fuera de allí. Unos vinos, unos intercambios de risa y conversación. De repente, una de las personas sale de la empresa, voluntariamente o no. Los primeros días son de desolación, de cuánto se van a echar de menos y de qué vacío está todo sin ti. Nos tenemos que ver. Pero solo hacen falta unas semanas para que las rutinas, y esas personas que formaban parte fundamental de su día a día, empiecen a alejarse hasta convertirse en mensajes vacíos y difusos cada vez más espaciados y en que se apodere del discurso el a ver si nos vemos como lugar común.
Pasa también en relaciones de amistad que se fraguan durante periodos de estudio, en universidades, cursos o talleres. Una o varias personas congenian, se aportan más allá de compartir un objetivo común. Pero el fin del curso marca el principio de no volver a verse. Y qué decir de los amigos que un día fueron Amigos y que una cosa sin importancia marcó el principio del fin, o de l@s ex. Pero estos merecen un capítulo aparte.
Las redes sociales han hecho mucho (mal) en este campo. Como comentaba, gracias a lo que ahí vemos tenemos la falsa ilusión de que seguimos en contacto con esas personas. Saciamos nuestra curiosidad y calmamos nuestra «culpa». Sabemos cómo están. Pero, ¿de verdad su vida es eso que ahí vemos? Si echas un vistazo a tus redes sociales, ¿cuánto de lo que has Vivido realmente cuentan? ¿Cuánto de verdad absoluta hay en la felicidad o el drama mostrado a través de esos buscadores de ‘me gusta’ o consolación?
Hay relaciones que duran lo que tienen que durar, porque no van más allá de compartir el tiempo y el espacio que un día el universo determinó que fuese común. Sobre ésas, nada que decir ni forzar. Lo triste, lo incomprensible, es cuando dejamos de cuidar relaciones y personas que, cuando pensamos en ellas, todavía sentimos algún vínculo, alguna emoción. Realmente nos gustaban, nos aportaban, y podrían seguirlo haciendo si ambas partes no hubiésemos dejado que el hecho de que las rutinas se bifurcasen, también separase la conexión.
En la vida, precisamente, no nos suelen sobrar los amigos y las conexiones. Quizá algún@ crea que tiene más que suficiente con lo que conserva, pero ¿de verdad puede llegar a estar de más una relación que añade cosas positivas a la vida de un@?
Si hay personas que son solo un buen recuerdo, bienvenidas sean como tal. Pero, si cuando piensas en alguna persona, sientes que te encantaría verla, que disfrutarías mucho de una conversación en directo, de que te contase de su boca, y no a través de un perfil social seguramente edulcorado o dramatizado, cómo le va y qué está viviendo en este momento de su vida, hazlo. Llama. Escribe. Propón. Quizá la respuesta no siempre sea la esperada pero, desde luego, si ninguna de las dos partes toma la iniciativa, nunca podréis volver a disfrutar de un ratito más de esta vida en vuestra (deseada) compañía.
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