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Expectativas y silencios

Vivimos atrapados en demasiadas marañas emocionales. Muchas de ellas, creadas y alimentadas por nosotros mismos. Tan dañinas, como innecesarias.

Hoy quiero hablarte del que considero uno de nuestros mayores lastres emocionales autocreados. El resentimiento, el silencio y las guerras frías que declaramos a aquellos que ya no están en nuestra vida, a los que culpamos de que esto sea así.

  • «No me preguntó cómo estaba, cuando me pasó aquello tan importante».
  • «No me contestó aquel mensaje o no me devolvió aquella llamada».
  • «Desapareció sin darme explicaciones».
  • «Nunca me dio las gracias por aquello».
  • «No me pidió perdón por lo que me hizo/dijo».
  • «Debería ser él/ella quien me llamase».
  • «Después de todo lo que yo había hecho por esa persona y…».
  • «No estuvo a la altura de las circunstancias».

Y boom. Cruz. Resentimiento. Silencio. ¿Te suena?

¿Cuántas veces has dejado que una relación muera, porque considerabas que la pelota estaba en el tejado del otro, que la culpa era suya, que tú eras la víctima de lo que fuera?

Yo, unas cuantas.

El lastre de las expectativas

Al final, todo depende de uno de los mayores venenos que tomamos a diario: las expectativas. Lo que esperamos que los demás sean, hagan y nos devuelvan, en justo pago por aquello que nosotros hemos entregado.

Ponemos en los demás expectativas que son fruto de nuestras emociones, percepciones y circunstancias. Nos olvidamos de que cada persona tiene, de esas tres cosas, las suyas propias.

Y como nos olvidamos de esto, nos ofendemos y nos herimos cuando no cumplen con nuestras expectativas. Cuando no se comportan con nosotros como esperamos y entendemos que tendrían que comportarse. Cuando no nos cuidan o se preocupan como necesitamos creemos necesitar.

Así que, en lugar de preguntarnos y preguntar por las circunstancias del otro, nos enfadamos, y nos callamos. Instauramos el silencio, pero es culpa del otro. Ha sido cosa suya.

¿Cuántas expectativas no habrás cumplido tú?

Seguro que alguna vez te ha pasado. Hablar con alguien con quien has tenido un conflicto, y que parezca que estáis hablando de una historia completamente diferente.

También, haber descubierto en alguna ocasión que, mientras tú esperabas algo de alguien, ese alguien estaba esperando lo mismo de ti.

Ten por seguro que, lo sepas o no, no habrás cumplido en muchas ocasiones con expectativas que otros pusieron en ti.

Y no tienes ninguna culpa. Tú, como todos, tenías tu propias circunstancias y puntos ciegos que hicieron que eso fuera así.

Por eso, la cuestión no es encontrar culpables. La cuestión es plantearse cuánto merece la pena aferrarse a la expectativa y al resentimiento hacia personas que nos importan, y perpetuar el silencio, si esto a los que nos lleva es a hacer aflorar emociones negativas y a sufrir.

Soltar las expectativas y el resentimiento

En un momento determinado de mi vida, había varias personas que, cuando aparecían en la pantalla del teléfono, -a través de alguno de todos esos sitios que ahora nos mantienen «conectados» aunque ya no lo estemos en la vida real-, o venían a mi memoria, me escocía.

Sentía una especie de tristeza, recubierta de resentimiento.

El dolor de que ya no estuvieran en mi vida. La rabia por aquello que yo consideraba que habían hecho o dicho, o no habían hecho o dicho, para que esto fuera así.

Pero un día, movida por la consciencia de todo lo que estoy contando, me permití soltar toda esa emocionalidad insana.

Y entonces escribí a esas personas a las que, aunque me seguían importando, no pensaba volver a hacerlo jamás.

A esas a las que culpaba de que ya no estuviéramos en nuestras vidas, de haber desaparecido, de no haber estado a mi lado en mis buenos momentos y, sobre todo, en los peores. A las que culpaba sin ni siquiera saber qué era lo que les había hecho no estar. Sin saber qué habían vivido ellas en ese tiempo.

También llamé a una reciente ex-pareja para saber cómo estaba. Aunque para mi parte dolida, fuera él quien debía hacerlo, por cómo habían acabado las cosas. Aunque no hubiera recibido lo que mi expectativa decía que merecía y necesitaba.

Yo ya vivía desde la consciencia de que cada uno vive su proceso y su película, donde el protagonista es uno mismo, y no el otro. Que cada uno tiene sus necesidades. Y que está bien. Y que nadie es el malo. Entonces, ¿por qué no llevar esa compresión a la acción?

Ese mismo día, también escribí a un ex-jefe, que había sido a la par un gran amigo. Alguien que, para mi amígdala resentida, ni siquiera se había tomado la molestia de despedirse de mí en condiciones cuando dejamos de trabajar juntos, o el interés por mantener la relación.

Recordé quiénes éramos y todo lo que habíamos vivido juntos, más allá de las (in)acciones actuales. Y le conté que le echaba de menos.

La cuestión no es retomar, es soltar

Ser capaz de hacer todo esto, me abrió la consciencia, la comprensión y el corazón de par en par.

Conecté profundamente con la certeza de que nos pasamos la vida perdiendo a personas que nos importan, a las que queremos, por el simple hecho de no ser capaces de entender que cada uno tenemos nuestras circunstancias, nuestras necesidades y nuestra película. Y que esto hace imposible que todos estemos a la altura esperada de las de los demás.

Si alguien te importa y quieres que lo sepa, o saber cómo está, solo tienes que decírselo. Olvidarte de tu película, tus suposiciones y tus resentimientos, y hacerlo.

No siempre es una cuestión de retomar la relación. A veces, simplemente, es una forma de escribir el punto final que nunca existió, o de reescribir aquel que os salió tan feo.

Yo no contacté con estas personas para volver a traerlas a mi vida. Tampoco para pedirles ni reprocharles nada. Solo lo hice para que supieran que me importaban, para demostrarles lo que habían significado y significaban para mí. Para que no creyeran que mi silencio era indiferencia.

Lo hice para soltar esa insana sensación interna que se instala tras las separaciones en las que no ha habido un final, o en las que el final ha sido doloroso. Para demostrarme que soy consciente de que no hay culpa, solo circunstancias.

¿El resultado? Ligereza. Paz. Liberación. Amor. No puedo llegar a expresar con palabras la sensación con la que me acosté aquel día.

Por eso, te invito a que lo hagas. A que te liberes a ti de expectativas y resentimientos, y liberes a los otros de la culpa que les has impuesto.

A veces, estamos a un solo mensaje de descubrir que la realidad, la que se pinta en nuestra cabeza, no es tan real. Y en cualquier caso, siempre, siempre, merece la pena cualquier gesto que te permita soltar, vivir más libre, más consciente, más en paz. 

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