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Aceptar la muerte, agradecer la vida

Aceptar y muerte son dos palabras que no nos encajan mucho juntas. Que ni siquiera nos gusta demasiado ver en la misma frase.

Sentimos como una especie de buenismo ofensivo el que intenten quitarle hierro a nuestras muertes.

Las muertes que nos tocan, son de hierro forjado. Del que quema cuando está incandescente, del que hiere cuando golpea. Y tenemos derecho a quemarnos. Y a herirnos. Y a lamernos las heridas. ¿No?

Y hasta de vez en cuando, cuando veamos que están sanando, tenemos derecho a abrírnoslas de nuevo.

Tenemos derecho a provocarnos explosiones emocionales. A rescatar fotos, canciones, recuerdos, para removernos las entrañas.

Es nuestro hierro, son nuestros muertos. Al final, lo que nos queda, cuando se mueren, es crear nuestra historia desde este nuevo suceso. Desde este nuevo personaje. 

Y en definitiva, es mucho más natural vivir la muerte de forma intensa y con cierto desbordamiento emocional.

Está mucho mejor visto.

La sociedad se fía más de alguien desgarrado por la muerte de un ser querido, que de alguien que parezca no estar sufriendo demasiado. «Igual no le quería tanto…».

Pero, ¿y si todo esto, que vemos tan normal y natural, que percibimos como un derecho -y casi como una obligación-, solo fuese en realidad una forma innecesaria de sufrimiento?

¿Y si es posible -y necesario- abrazar la muerte desde la aceptación?

Antes de seguir leyendo…

Creo que es importante advertir que no vas a encontrar a continuación un manual de autoayuda para procesos de duelo. Por si es lo que esperas. O lo que temes.

Vas a encontrar una historia. Una que espero que pueda ayudarte.

La de mi nuevo personaje adquirido, que ha perdido a sus dos padres en poco tiempo.

Historia que elijo construir desde la aceptación y no desde la tristeza o la abrumadora sensación de orfandad.

Eso es lo que vas a encontrar aquí: una elección, y no una lección.

¿Qué significa realmente aceptar la muerte?

Creo que lo primero que hay que poner sobre la mesa es que la aceptación no es la ausencia de tristeza, ni mucho menos.

La tristeza está, como una manta oscura infinita que, sin embargo, a través de la aceptación, deja pasar la luz. Y esto hace que la negrura sea más ligera, menos densa. Que cueste menos respirar.

La aceptación tampoco es la ausencia de nostalgia y melancolía, ni yo lo quisiera.

Aceptar, como acepto, la reciente muerte de mi padre, no impide que, de vez en cuando, vaya al cajón donde he guardado su jersey. Ese con el que, últimamente, salía en todas las fotos (debió elegirlo como el jersey de las ocasiones especiales).

Y que lo coja, y lo toque, y lo huela, rescatando ese olor. El de la ropa de mi padre.

No impide que tema que el paso del tiempo lo borre. Que mi armario se lo coma, y me devuelva en su lugar ese olor que adquieren todas las prendas que guardas mucho tiempo en los armarios. Ese que no distingue, ni respeta.

Ni que toque, como intentando recuperarle a través de las huellas dactilares que pudieran sobrevivir, esos objetos que he decidido heredar. Tan nimios, tan suyos.

La sartén y la pala de madera de las tortillas. El tendedero de interior. Las medicinas simples, las de aquellas cosas que nos pasaban a él y a mí. Bendito Paracetamol de 1 gramo.

Mi aceptación tampoco ha impedido que haya puesto en el salón el cartel que le regalé junto a la transcripción fonética literal apuntada en un papel, para que supiera decirlo.

A mil güizaut guain is col brecfas.

Recordar para Amar

Mi madre me lo puso incluso más fácil, dejándome de herencia un recuerdo olfativo, que la trae de vuelta cada vez que decido abrir el frasco de perfume que no terminó de gastar.

Blue Grass.

Ese perfume que es mi infancia.

Que es mi madre, antes de irse a las reuniones del APA. Que es la esencia que se quedaba en los bolsos, mezclada con la menta de los chicles que se quedaban siempre perdidos en los recovecos del forro interior.

Ese perfume que se dejó de vender y que, muchos años después, yo encontré en Internet.

No recuerdo desde dónde vino aquel frasco de Blue Grass. Solo sé que no pagué en euros. Y que hice a mi madre la mujer más feliz del mundo.

¿Por qué te cuento todo esto?

Para mostrarte que mi elección no está exenta de nostalgia, de tristeza melancólica. Que no intento decirte que no llores, que no sientas, que no mires, que no toques, que no huelas, por si así consigues darle esquinazo al sufrimiento.

Llora, siente, mira, toca, huele. Pero hazlo desde el Amor, y no desde el personaje.

La clave para mí es que no les rescato para alimentar el pesar por su pérdida, solo lo hago para recordarles.

Con Amor. Sin drama.

Con esa especie de complicidad que se crea en el silencio que separa a los vivos de los muertos.

¿Dónde poner el foco ante una muerte?

Aceptar la muerte de mi padre, que era mi persona favorita en el mundo, significa que desde el primer momento, elegí poner el foco en el lado menos evidente.

En el que queda habitualmente soterrado bajo las oleadas de incredulidad y sufrimiento.

¿Cómo?

Nada más perderle, elegí que en mí tuviera un lugar muy destacado el agradecimiento.

Por todos los años ‘extras’ que nos había regalado. Por todas las enfermedades que derrotó o mantuvo consigo, pero a raya.

Por todas las comidas y copas de vino que habíamos compartido hasta el último momento.

Por haberle cuidado tanto, por saber que se había ido sintiéndose tan querido y arropado.

Por haber tenido un padre genial.

Esta elección creó en mi una paz interior inmensa. Que dejaba paso hasta a cierta alegría. Una especie de absurda alegría que me hacía sentir que le estaba despidiendo como él había vivido.

También elegí poner el foco en la tranquilidad y agradecimiento que me causaba haber podido acompañarle hasta el último momento, a las puertas -y con un pie dentro- de la crisis del Coronavirus.

Mi nuevo personaje repite siempre que fue un crack hasta para morirse. Que supo irse justo cuando todavía pudimos despedirnos.

Elegancia existencial, lo llamó un amigo.

Elegí poner el foco en todo esto. Y gracias a ello, siento que vencí desde el primer día al sufrimiento.

Y en mí, siento que esto es al final aceptar la muerte. Acogerla como parte de la vida y no como una penitencia.

Aceptarla como el final de algo con tantas cosas buenas, que merece la pena no perderlas de vista.

También cuando las perdemos. Sobre todo cuando las perdemos.


Reflexión a pie de post…

Mi historia no tiene por qué parecerse a la tuya, lo sé. Pero si de verdad deseas vivir un duelo de forma sana, no lo uses de excusa. Quizá tú no has podido despedirte, o quién sabe qué. Pero eso no significa que no puedas sentir tranquilidad, agradecimiento y aceptación.

Solo tienes que bucear dentro de tu propia historia, y encontrar y elegir dónde poner el foco.

Esta entrada tiene 5 comentarios

  1. No se como llegué a este escrito! …Encontré tantos puntos en común que me alegra que alguien lo haya puesto en palabras, y tan bien puestas!
    Dejo mi saludo y agradecimiento a la autora!!

    1. ¡Gracias a ti, Luis! Feliz de que, sin saber cómo, hayas llegado a él, y te hayas podido ver reflejado. Sentir que compartimos pensamientos, sentimientos y visión con otras personas, creo que siempre tiene un efecto maravilloso. ¡Un abrazo!

  2. No sé cómo he llegado aquí, pero ha sido el momento perfecto. Gracias gracias y gracias…ojalá nos enseñaran más en la escuela de cómo enfrentar y como ver la muerte y no esperar a tener vivencias sin apenas recursos personales.
    Un abrazo!

    1. Mil gracias a ti, Nika ❤ Me alegro de que mis palabras se hayan colado en tu camino en el momento en el que te hayan podido ayudar de alguna forma. Y sí, muy de acuerdo contigo en que ojalá en la escuela nos hubieran enseñado más sobre gestión emocional… Va llegando, poco a poco, y de forma no oficial… Pero no pierdo la esperanza de que algún día sea contenido esencial en todas las aulas. ¡Un abrazo grande!

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