Vivir esperando la caricia
Esta historia nace en una sala de masaje.
En un masaje por placer. Sin necesidad.
En una mañana de esas que decides regalarte un paréntesis.
Esta historia nace con el arrullo de un calefactor de fondo. Intermitente. Que va y viene.
Nace en el momento en el que todo deja de ser perfecto. Cuando las manos ajenas descubren la tensión. Cuando todo lo que está pasando fuera de esa sala, todo lo que lleva pasando tiempo atrás, da la cara en el cuerpo.
Cuando llega el dolor. Y el momento se convierte en otra lucha más.
Cuando tras el dolor, llega una nueva caricia. Y todo vuelve a parecer perfecto por un momento.
Tensión. Dolor. Placer.
La sucesión se repite. El miedo y el rechazo al dolor empiezan a adueñarse del momento.
Y ahí es cuando la vida se simplifica, se ejemplifica, en esa sala de masaje. Cuando nace el aprendizaje. Y se convierte en historia.
Porque es entonces cuando (re)nace la certeza: en la vida, en algún aspecto, siempre habrá alguna tensión. Y resolverla, indefectiblemente, conllevará algún tipo de incomodidad, de dolor. Y siempre, siempre, acabará. Y volverá lo bueno. Y se irá.
La cuestión es dónde instalarse, desde dónde vivirlo. Desde el miedo al dolor. O esperando la caricia.
Cuando comprendes esto, de forma casi inevitable, cambias de lugar.
En vez de temer el dolor, en vez de centrarte en el sufrimiento, lo atraviesas y lo vives, esperando la siguiente caricia.
Y así, durante preciosos e impermanentes instantes, todo puede volver a ser perfecto.
Esta entrada tiene 0 comentarios