Solo por mirar, te lo regalo
Hay pocas cosas tan contagiosas como las emociones. No nos damos suficiente cuenta, pero vamos contagiándonos y propagando estados de ánimo, buenos y malos días, lo peor y lo mejor que nos da la vida.
A las personas más empáticas, poco les hace falta para ponerse cualquier vestido emocional ajeno. Pero incluso a aquellas que transitan con cierta capa impermeable, son penetradas inconscientemente por los estados y gestos ajenos. La positividad, así como su contrario, se instalan en el aire y van entrando sigilosamente por los poros de quienes nos rodean.
Cuando eres más consciente de lo que puedes conseguir con lo que proyectas, cuando intentas ser la persona con la que te gustaría cruzarte, las cosas cambian. Los problemas propios no se van, claro que no, ese es otro trabajo. Pero cuando puedes mostrarle al mundo la parte intacta, cuando te esfuerzas en no identificar tus problemas con quien eres, empiezas a plantar la semilla del cambio ahí fuera.
Y es que cuando sabes que pequeños gestos pueden cambiar minutos o días, no escatimas en regalarlos. Cuando compruebas que la manera en la que dices buenos días, sonríes o interactúas con las que personas que te cruzas, puede cambiar su ánimo en ese instante, no dudas por lo menos en intentarlo.
No hay nada más contagioso que ver a alguien apasionado con algo. Se contagia la lucha y la pasión y se contagia la manera de ver el mundo. A través de conversaciones, o con la sola presencia del apasionado, cuando lo irradia aun en silencio. Igual que su opuesto. No hay veneno más letal que rodearse de negatividad hablada o proyectada. O hablarla y proyectarla.
No creo demasiado en el uso de frases célebres como motivo decorativo. Pero sí, para que el mundo cambie, tienes que ser el cambio que quieres ver en el mundo(1). Tienes que irradiar lo mejor de ti, de quien eres, de quien de verdad eres, independientemente de las sombras que en ese momento también convivan en tu situación de vida. Tienes que tratar de ser quien serías si no tuvieras un mal día, y tratar a las personas como te gustaría que te tratasen cuando lo tienes. Tienes que ir por la vida, por los días, con tu mejor versión.
Comprueba el poder de llamar a alguien por su nombre, aunque sea la teleoperadora que te llama para venderte no sé qué. Comprueba la magia de entrar en cualquier establecimiento blandiendo una cálida sonrisa a quien va a atenderte. Observa cómo cambia su cara, su gesto, su actitud. Siente el bienestar que le regala ese momento, a priori banal como cualquier otro, y cuyo poso se le quedará ahí durante el tiempo que pueda sobrevivir la sensación. No escatimes ingenio y humor con quien sea, cuando veas que podrías utilizarlo. Aunque vayas en un ascensor o estés en una reunión de trabajo. Y son solo ejemplos. Hazlo con todo el mundo con el que te cruces, viendo su luz.
Experiencias mágicas, desde que decidí poner en práctica esta sana costumbre, tengo a decenas. Si tuviera que quedarme con una, sería esta. Estaba desayunando con una amiga en un bar cuando se acercó a nuestra mesa un señor que, paquetes de pañuelos en mano, nos los ofreció por 30 céntimos. En su breve discurso de venta nos contó las ventajas de, por unos céntimos, llevar esos pañuelos en el bolso. Pero no fueron los pañuelos. Fue lo que me regaló de ida. Fue su sonrisa, el calor con el que nos hablaba, la alegría de Vivir que proyectaba a pesar de la situación, no muy agradable a priori, de estar vendiendo pañuelos en un bar. Le sonreí desde muy dentro, casi abrazándole. Le dije que creía que no llevaba monedas, pero que iba a mirar. Pero no fueron las monedas. Fue lo que le regalé de vuelta. «Solo por mirar, te lo regalo».
(1) «Sé el cambio que quieres ver en el mundo», Mahatma Gandhi.
Gracias por regalarnos a través de tus reflexiones y propuestas, tantas oportunidades para mejorar nuestro día a día y con ellos, los del resto.
Y nosotros, los «trece» que tu ya sabes, compartiendo éstos pensamientos contigo…que ya son hechos también. Un beso Elena.