Sufrir por amor, una adicción prescindible
El otro día escuché desde la ventana, en el parque de enfrente, a una niña que gritaba «¡¡no vale!! ¡estaba por mí!», para a continuación romper a llorar desconsoladamente. Supongo que alguna contrincante acababa de arrebatarle a ese niño cuyo amor creía tener adjudicado.
Salvando la gracia y la ternura que me despertó, lo cierto es que me recordó a aquellos primeros dramas sentimentales y me hizo darme cuenta de que no cambia tanto la manera en la que los afrontamos con el paso de los años. Sí, quizá cambia algo. Pero no tanto. Ya de muy adultos, con otras formas, seguimos chillándole al mundo que no vale y sufriendo desconsoladamente. Al menos hasta que, igual que seguramente le pasó a esa niña al día siguiente, encontramos otra persona sobre la que posar nuestras expectativas y el/la protagonista del anterior drama pasa a ser poco menos que un extrañ@ en nuestra vida. Sufrir por ‘amor’ muchas veces no es más que parte de la adicción a tener algún inquilin@ (senti)mental.
Somos capaces de creernos, una y cien veces, que difícilmente volveremos a sentir lo sentido e incluso que difícilmente encontraremos a alguien como quien nos ha dejado en modo drama (en los casos en los que somos dejad@s o rechazad@s). Y aunque la experiencia y las sucesiones sentimentales nos demuestren lo contrario, después de cada batacazo, volvemos a la misma canción. Volvemos a la desidia y a esa especie de pérdida de esperanza mezclada con fuerte bajada de autoestima. No vale. No vale que no te correspondan, no vale que no te quieran, no vale que se vayan con otr@, no vale que no sepan apreciar cuanto das y eres. Incluso no vale que dejes de querer, no vale que no sientas nada, no vale que seas tú quién le vaya a partir el corazón a alguien.
Pero al final vale, y cuando vuelves a sentir atracción, amor o lo que sea que sientas, se te olvida. Y te alegras. Menos mal que aquella persona salió de tu vida, porque gracias a eso, ahora está esta otra. Y la anterior, por la que tanto penaste, causa poco más que indiferencia, en la mayoría de los casos. Y si causa emociones, tienen más que ver con el ego que con el amor.
¿De qué nos enamoramos?
También es al ego al que suelen herir los desencuentros amorosos. Y es él quien es capaz de sumirnos en esas crisis y de convencernos de que el fin del mundo llega cada vez. Por eso, cuando se ve satisfecho con un nuevo alimento, suelta lo anterior. Nuestro ego y nuestras necesidades socialmente construidas respiran aliviados con cada nuevo ‘match’.
Porque nos apegamos a las personas, mil y una veces, por motivos totalmente ajenos a ellas. Es lo que nos dan a lo que estamos apegados. Cariño, seguridad, estabilidad, proyectos de futuro… Mil factores que nada tienen que ver con la persona única que tenemos delante. Por eso, tantas relaciones, aun fracasadas mucho tiempo antes, se rompen únicamente cuando aparece una tercera persona con la que uno de los miembros de la pareja puede hacer el cambio. Otra persona, mismos beneficios. Arrivederci.
Enamorarse de verdad, incondicionalmente, del Ser, sin tener en cuenta lo que obtenemos de vuelta, es rara avis. Aunque todos pensemos que sí, que todos lo hacemos y que cada vez. Aunque estemos muy lejos de ser capaces de reconocernos de qué estamos realmente enamorados. Siempre esperamos algo de vuelta. En forma de lo que nos de el otro directamente o de lo que indirectamente tengamos gracias a él.
Pero aunque nos resulte difícil llegar a ese nivel de consciencia, sí podemos afrontar de otro modo los «no vale». Podemos pensar más en qué hemos aprendido, en que nos vino a enseñar la persona y la situación, en qué aportamos y nos aportaron, en lo bueno que vivimos, en lo que vendrá por delante… Podemos observar desde nuestro balcón de sabiduría, desde el cual no existe el drama, porque todo está bien. Porque sabemos que todo pasa y todo es perfecto, lo que pasó y lo que pasará.
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