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¿Por qué Vamos a Morir?

Aunque puedes leer el génesis de Vamos a Morir en la página Sobre Vamos a Morir, quiero completar esa presentación con este apéndice: ¿Por qué Vamos a Morir?

Dentro de 150 años, calculando generosamente para no dejar fuera a ese probable bebé que hoy está naciendo y un día será la noticia ligera de un mediodía sobre el hombre más longevo conocido -y siempre partiendo de la estructura actual en la que no hemos dado con la clave de la inmortalidad- todos los que estamos, estaremos muertos.

Aunque la revista Time dice que en el 2045 seremos inmortales, y lo cierto es que a ese año sí llegaríamos muchos de los presentes, pongamos que no. Pongamos que nada cambia tanto. Estaremos muertos. Con lo que eso lleve detrás que, creamos en lo que creamos en la vida terrenal, nadie puede saber a ciencia cierta.

Desde el más pequeño al más mayor, del más invisible al más influyente y poderoso. Muertos. A los que amamos y a los que detestamos. Nuestros ídolos y sus antónimos. Los usureros y los desahuciados. Del primer al último mundo, que ya se cuenta hasta más de tres. Todos. Nadie.

No quedará nadie de aquellos que nos cruzamos por la calle, ni en un viaje, ni en un bar. De aquellos que viven en el otro confín o en la casa de enfrente, pero que nunca llegaremos a conocer. Ni los perros, ni cualquier otro animal de compañía. Solo quedarán, con suerte y si no se extinguen antes, alguna tortuga y esos pocos animales de similar longevidad.

Nosotros, tan frágilmente humanos, solo quedaremos a través de nuestra sabiduría, estupidez, complejidad o simplicidad plasmada a través de perfiles digitales, que serán fútiles legados a una sociedad a la que, quizá, ya ni le interesen.

Solo quedaremos, quizá algunos tampoco, a través de las personas que nos sucedan y que tuvieron la ocasión de coincidir con nuestra existencia y que después tendrán la responsabilidad de alargarla un poco más. A través de lo que hablen de nosotros, de lo que expliquen y apliquen, de aquello que pudimos enseñarles.

Solo quedaremos a través de los avances e inventos de aquellos que tuvieran esa capacidad y bondad. A través de lo que le hayamos aportado a esta vida, a cualquier escala y dimensión. De forma pública y notoria o desde el más probable anonimato de esa acción que, pequeña al ojo propio y ajeno, quizá pudo cambiar de forma invisible cualquier arista de la humanidad.

Y quizá esta sola forma de quedar, esta cuasi certeza de que no quedaremos nadie de los que estamos para seguir aportando, atacando o defendiendo, amando u odiando, deba ser motivo y responsabilidad suficiente para no malgastar el tiempo que tenemos en nada que no sea encontrar y accionar el por qué nos fue concedido. En nada que no sea buscar para qué y para quiénes estamos aquí y, una vez encontrado, aprovechar el tiempo construyendo lo uno y con los otros.

Intentarnos inmortales a través de una huella que, en cemento o arena, a su manera, nos haga perdurar.

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